El minero Víctor Segovia, al llegar a su casa en Copiapó. Foto AP
Hace cuatro años, Kazakhstán se convirtió en el país más desafortunado del mundo, cuando Sacha Baron Cohen convirtió a su ignorante héroe cómico, Borat, en kazakhstano nativo. Para un país de Asia central cuya independencia le había caído intempestivamente del aire, Borat era una desventaja excesiva. Por carecer del poder y de la imaginación necesarios para articular un contraataque o una defensa, el gobierno kazakhstano prohibió el film que impugnaba de esa manera su imagen y se refugió en un enfurruñamiento del que apenas ahora acaba de emerger. Casi todo el resto del mundo se rió a carcajadas.
En un momento en que los países compiten a nivel global -por estatus, por influencia, por inversiones, por ingresos turísticos-, la buena voluntad internacional es importante. Y Chile nos ha proporcionado el ejemplo más espectacular de cómo convertir un incidente desafortunado -un alud rocoso, de connotaciones profundamente negativas, que sugiere una arraigada incompetencia, y posiblemente corrupción- en algo exclusivamente positivo. Es difícil sobrestimar el capital político y moral que ha conseguido Chile como consecuencia de la operación de rescate exitosamente concretada ante las cámaras de todo el mundo.
De un plumazo, Chile ha borrado la sombras que aún quedaban, cuarenta años después, de los sombríos días del gobierno militar. Hasta esta semana, Chile era, para muchos, probablemente para la mayoría, sinónimo de Augusto Pinochet, de la tragedia de Salvador Allende y de los desaparecidos. Poco importa que el general Pinochet haya muerto hace cuatro años, que Chile haya sido pionero desde entonces de las reformas sociales más eficaces del mundo, o que Michelle Bachelet, que en 2006 fue la primera mujer elegida presidenta, se haya ganado un generalizado respeto. Si Chile existía de alguna manera en el mapa político, era como la tierra de Pinochet con una adición, en el mejor de los casos, de exportaciones de vino.
Para aquellos miles de millones de personas que estaban pegadas a las pantallas de sus televisores en todas partes, Chile es ahora sinónimo del rescate, pese a todas las probabilidades en contra. Su bandera tiene ahora el reconocimiento mundial y el triunfo del país no será considerado simplemente algo que revela el coraje y el espíritu nacional. Será considerado también como una demostración de ingenio y de competencia.
A todo esto, debería agregarse la capacidad de organización y la constancia? Todo lo contrario, según se considera en los climas más fríos, del temperamento latino. Las autoridades chilenas decidieron que era factible emprender una operación de rescate. No lo hicieron montadas en las alturas de su caballo nacional, sino que se asesoraron y accedieron a recibir cooperación internacional. No arruinaron la operación con improvisaciones apresuradas.
Se mantuvieron abiertos a los avances y reveses. La creatividad aplicada para abastecer de provisiones, información y entretenimiento a los mineros ofrece un modelo para cualquier operación semejante en el futuro. Incluso cuando el final estaba a la vista y las emociones cundían, se mantuvo una disciplina ejemplar.
En todo esto hay una enseñanza política, además de práctica, para los gobiernos. El ministro de Minería estuvo en el lugar casi desde el principio, y permaneció allí hasta el final. También la esposa del presidente. Y el presidente mismo, Sebastián Piñera, llegó para el gran final, sin ningún ceremonial, abrazando a cada minero que emergía a la superficie. Fue un trauma nacional, explotado astutamente -pero sin cinismo- por las autoridades. Y el crecimiento en las encuestas de popularidad del ministro y el mandatario demuestra que la gente tiene una idea bastante clara de lo que debe hacer el gobierno: exhibir la bandera y conseguir apoyo, pero sobre todo debe cumplir con su función, y cumplirla bien.
La publicidad de que ha gozado Chile la semana pasada implica un ascenso meteórico de su posición internacional. Existe el riesgo, por supuesto, de que la buena voluntad se disipe: si los mineros parecen derrochar su gloria de héroes nacionales con peleas o codicia por el dinero; si se cree que el gobierno explota su misión cumplida más allá de lo que se considera apropiado o, peor aún, si se produce otro desastre y no se lo maneja igualmente bien. Por el momento, sin embargo, la reputación de Chile se ha beneficiado con una ganancia inesperada.
Fonte: La Nacion
Dica da Gyssele Mendes
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